En momentos de desafío o preocupación, el cerebro puede activar una serie de procesos capaces de recordarnos que es momento de esforzarse. Todos tenemos la innata capacidad de superarnos a nosotros mismos en días complicados.
“Tengo que esforzarme más, es necesario que piense en algún plan para superar esta situación”. Cada vez que nos encontramos en estas encrucijadas personales activamos sin saberlo mecanismos neuronales orientados a facilitar una reacción, una salida, una solución.
Un estudio muy reciente nos revela que el cerebro desencadena una serie de cambios para ayudarnos a generar ese esfuerzo puntual.
Este acto, el de dirigir las energías emocionales, cognitivas y conductuales hacia un objetivo concreto es un área que lleva décadas estudiando el campo de la psicología y la neurociencia. Nos interesa por varios aspectos.
El primero porque nos permite comprender mejor la motivación humana y todos esos procesos neuroquímicos asociados.
El segundo hace referencia a aspectos de salud clínica: saber cómo nos activa el cerebro para que podamos superarnos o solucionar un desafío nos daría la oportunidad de abordar mejor los trastornos depresivos. Estamos, por tanto, ante un avance de gran interés en el que vale la pena profundizar.
Tengo que esforzarme más: cuando el cerebro nos obliga a actuar
Todo esfuerzo, sea físico o psíquico, es costoso y, por término medio, tendemos a evitarlo. No es que seamos débiles, vagos o unos irremediables procrastinadores es que por lo general siempre es mejor mantener la homeostasis, ahorrar energías y evitar riesgos. Ahora bien, estudios, como los llevados a cabo en la Universidad de psicología de Toronto (Canadá), nos señalan algo interesante al respecto.
Es cierto que las personas, por término medio, solemos evitar el esfuerzo. Es decir, si nos dieran a elegir un trabajo de cuatro horas en el cobrar lo mismo que en uno de ocho, evidentemente, rara vez elegiríamos el de jornada completa. Sin embargo, hay veces en que optamos por esforzarnos no por un fin instrumental, no por la idea de obtener algo a cambio. El esfuerzo se entiende a veces como un
impulso que garantiza el bienestar.
Es saber que en determinadas ocasiones es bueno dar lo mejor de mí mismo. Es entender que hay momentos en los que es bueno asumir una actitud más activa. Porque el acto de superarnos un poco a nosotros mismos cada día revierte en nuestro estado de ánimo, en la imagen que tenemos de nosotros mismos y, por supuesto, en la capacidad de logro.
Ahora, sabemos incluso cómo se orquesta a nivel cerebral este cambio, este proceso volitivo e intencional.
Esforzarse como clave de supervivencia, algo decisivo para el cerebro
El estudio se ha publicado hace muy poco en la revista Nature Human Behavior. Científicos de la Universidad de Emory han descubierto el área cerebral que nos impulsa a la motivación y aunar esfuerzos para lograr o superar algo. Esa región es el núcleo estriado, situado entre el telencéfalo y que forma parte de los ganglios basales.
Michael Treadway, autor del estudio, explica lo siguiente:
- Cuando nos decimos aquello de “tengo que esforzarme más”, el cerebro ya ha realizado previamente una valoración de la situación que nos envuelve.
- La mente anticipa, planifica y valora los posibles beneficios al actuar y los riesgos de no actuar.
- El núcleo estriado toma decisiones orientadas al esfuerzo, es decir, nos impulsa para que salgamos de nuestra inmovilidad con el fin de mejorar nuestra situación.
- Esta activación tiene como finalidad garantizar nuestra supervivencia. Todo problema o toda situación de desánimo se percibe en el cerebro como una “amenaza” que debe resolver.
- Este impulso neurobiológico es lo que llama la atención de los científicos. Ahora, se reflexiona en cómo activar el núcleo estriado para mejorar la situación de los pacientes con depresión.
Más allá de la capacidad, esté el esfuerzo cotidiano
“¡Tengo que esforzarme más!” nos decimos a menudo cuando las cosas no nos salen como esperamos. Lo hacemos, nos repetimos esas palabras, porque somos conscientes de que podríamos dar mucho más de nosotros mismos; sin embargo, a veces se acumulan los fracasos y uno pierde el ánimo.
En esas situaciones, más allá de nuestra capacidad, nuestras habilidades y conocimientos, está el esfuerzo que hacemos cada día para alcanzar una dimensión concreta. No importan los errores o los pasos en falso. Porque cada cuota de energía de más invertida en nuestros esfuerzos cotidianos hará que descubramos nuevos potenciales.
Rendirnos, claudicar en ese intento de superación es quedar supeditados al desánimo crónico. Evitémoslo.
Por: Psicóloga Valeria Sabater