La ruptura de una pareja suele representar un momento crítico en la vida de las personas que la forman. De la misma forma que no hay dos gotas de agua idénticas, tampoco hay dos parejas que lleguen al proceso de la separación de la misma forma ni transiten por este periodo de la misma manera.
Es frecuente que, previamente a este momento, haya señales que indiquen que algo en la unión no funcionaba. Un proceso en el que se encadenan daños que no son reparados de la manera adecuada y que en el que cada componente de la pareja lo guarda en el eco de su silencio. Cicatrices que arañan la ilusión y que desmotivan las acciones de cuidado mutuo que alimenta la unión.
Así, aunque normalmente es una persona la que termina con este proceso, la conciencia de que se está produciendo el mismo suele ser común y es esta conciencia paulatina la que muchas veces ayuda a poner un poco de colchón al impacto de la separación.
Parece que la persona que suele decidirse a dar este paso también es la que normalmente recupera antes la estabilidad. En sus sentimientos poco adaptativos, si los hay, suele predominar la sensación de fracaso porque la concepción occidental de la pareja –entre otras- se entiende como el desarrollo de un proyecto en el que se cree y en el que se realiza una inversión.
Esta concepción, en su parte más radical está cambiado, ya que el número de parejas que tiene una persona cada vez es mayor y muchas veces la persona acaba aprendiendo de su propia experiencia que por definición no hay nada de malo en el cambio y que lo que ha apostado en la relación puede a haber sido suficiente hasta ahí y no tiene por qué significar ir más allá.
La persona que no decide dar el paso de separarse y que no tiene más remedio que acatar la decisión de la otra persona puede añadir a este sentimiento de fracaso otros igualmente negativos. El primero quizá sea la falta de control, aunque esa persona percibiese que no estaba siendo feliz puede que no deje de tener presente que no ha sido ella quién ha tomado finalmente esa decisión.
Los seres humanos contamos con una atención selectiva y si generamos un pensamiento es muy fácil que encontremos en nuestro entorno argumentos que lo apoyen y además, que sólo veamos estos. Así, somos alimentadores de nuestras propias afirmaciones y si comenzamos a pensar que no controlamos lo que no sucede encontraremos hechos que apoyen esto ¿O acaso no es verdad que muchas cosas de las que nos pasan dependen de la suerte? Pues imagínense sólo viendo estas y no las otras. Lo siguiente puede ser meterse en la cama y dejar que pase lo que tenga que pasar, si no va depender de mi…
Finalmente, otro sentimiento que puede anidar en la persona que no ha decidido en última instancia la separación es el de la pérdida de autoestima. Frases como las de no soy lo suficientemente bueno para él, quiere algo mejor, etc. producen un sesgo de la autopercepción en la dirección negativa que puede acabar extendiéndose a otros muchos aspectos: no soy los suficientemente inteligente, no soy lo suficientemente gracioso o no tengo un buen cuerpo.