Nacemos en un medio familiar, social económico y cultural, nacemos como un cuenco, con sus diferentes formas, esto supone, que a la vez que nos limita, nos da forma.
Asimismo, un cuenco nace vacío y vamos poco a poco llenándolo, con creencias limitantes, impuestas, repetitivas, dañinas, y repleto de muchos miedos.
Cuando necesitamos vaciarlo porque como adultos podemos modificar el contenido que conforma nuestro yo o queremos finalizar una situación en la que nos estamos feliz, o nos sentimos incompletos, o en medio de relaciones toxicas, sin embargo, nos acostumbramos a vivir con apegos intensos que nos los podemos soltar. Nos da miedo soltar, y aún más, admitir el error de que nuestro cuenco no nos gusta tanto como creemos y nos engañarnos.
Cuando nos toca soltar a alguien, por algún motivo, pues esa persona ya no representa para nosotros lo mismo que antes: nos ha defraudado, han cambiado o tomaron distintos caminos en la vida, y consideras que es mejor que ya no formen parte de nuestro entorno como pareja, o como colaborador, como amigo, llega el momento de decirse adiós.
Entonces, este decir ‘adiós’ cuesta, aunque es tan necesario como decir ‘hola’. Debido a que las cosas en la vida se van, se marchan, nos dejan.
Es difícil ponerse delante de una situación de despedida porque nosotros, lo que realmente queremos, es que las cosas que nos gustan permanezcan siempre entre nosotros y rechazamos las situaciones que nos parece desagradable, o que nos mueve de nuestra comodidad, ambas situaciones hacen y nos han hecho sufrir.
Es como los niños que se la están pasando muy bien en el parque y montan el berrinche más grande del universo cuando les dice que es hora de regresar a casa. Los adultos no somos diferentes a esto, nuestros berrinches acaban en adiciones.
Para poder dejar ir las cosas, personas y situaciones, y evitarnos el proceso de duelo que viene con la quiebra, lo único que podemos hacer es comprender que cuando iniciamos un cambio, resulta incomodo, nos resistimos.
Sin embargo, confiar en el proceso de la vida hará más fácil, los cambios. Nuestra vida es impermanencia, No es cuestión de si o no podemos forcejear con la naturaleza. Sino procesar o vivir en el ritmo de la vida con sus movimientos, ciclos, sus leyes, ajenas a nuestra voluntad.
Cuando esos ciclos son interrumpidos o no concluyen nos enfermamos, nos engordamos, nos quedamos atados, a veces esta dependencia es suplantando a otros, asumiendo responsabilidades que no nos corresponden, queriendo satisfacciones y reconocimientos. Con el desenlace del uso de pastillas…adiciones…ansiedades, porque no terminamos de aceptar que el contenido del cuenco es cambiante…y esta ley de la naturaleza es rotunda.
Vivimos entre el tiempo y estaciones, somos nosotros los que tenemos que aceptar el ritmo que marca el compás de la naturaleza.
A sabiendas, que el yo humano no tiene nada para sí.