Confiar en ti mismo no es suponer que vas a ser capaz de cualquier cosa. Significa, más bien, tener la percepción de que el valor propio está por encima de las circunstancias externas. Cuando confías en ti mismo es porque sientes amor propio, valoras lo que eres con defectos y virtudes, y te sientes capaz de perseverar o renunciar si es necesario.
Hay algunos rasgos muy característicos de las personas que confían en sí mismas. Enseguida te hablamos acerca de algunos de ellos.
Simplificas las situaciones en lugar de complicarlas. La confianza en ti mismo te lleva a una postura práctica frente a la vida. Sabes que las dificultades existen y por eso no estás dispuesto a añadir nuevos pequeños problemas a tu día a día. No te enredas con el polvo en la alfombra, con el brillo de los cubiertos o con el mal tiempo. Sabes distinguir aquello que es relevante de lo que no lo es.
Te concentras en lo que quieres. Para ti es relativamente sencillo identificar lo que quieres. Una vez lo sabes, enfocas tus esfuerzos para conseguirlo y no te distraes con lo demás. Estás acostumbrado a luchar por lo que quieres y disfrutas hacerlo.
Valoras cada paso y no solo la meta final. Si confías en ti mismo, sabes que el objetivo es tan importante como cada uno de los pasos que des para lograrlo. Sacaste de tu vida aquello de que “el fin justifica los medios” porque sabes que esos medios son tan importantes como el fin. Disfrutas del camino y no solamente del final del recorrido.
Sabes comunicarte. No te gusta emplear fórmulas tramposas en la comunicación. Sabes decir lo que piensas y sientes, en el momento correcto y de la manera adecuada. Si callas, lo haces por prudencia y no como una forma de guardar o manipular. Si hablas, has pensado en qué decir y lo haces considerando a la persona que tienes en frente. No manejas segundas intenciones en las palabras.
Has aprendido a escuchar. Sabes que cada persona tiene su propia verdad y eres capaz de escucharla, sin incomodarte, ni intentar polemizar o convencer a los demás de que piensen como tú. Así como valoras tu propia forma de pensar, respetas la de los demás.
Sabes decir “no”. La principal guía para tus acciones es tu propio criterio. No eres susceptible a la presión ajena, ni necesitas de la aprobación de los demás para actuar. Cuando algo va en contra de tus principios o afecta tus objetivos, sabes poner un límite y decir “no”.
Aprecias tu tiempo y el de los demás. Defines tus prioridades y le dedicas tiempo a lo que consideras valioso. Sabes que la vida no es eterna y por eso buscas aprovechar el tiempo de la mejor manera. Eso incluye momentos para el descanso y el autocuidado. Eres puntual porque también valoras el tiempo de los demás.
No le temes al fracaso. Entiendes que fallar, equivocarte o no conseguir lo que te propones son situaciones normales en la vida de cualquier persona. Por eso no te empeñas ciegamente en lograr imposibles, ni tomas un fracaso como el final de todo. Simplemente replanteas la situación y defines un nuevo rumbo a seguir, tomando en cuenta la experiencia que te dejan los errores.