Cuando una pareja decide separarse, una tormenta arrecia sobre la familia entera. Sobre todo en los primeros tiempos, comienzan a rondar muchísimas preguntas en las pequeñas cabecitas de nuestros hijos.
En medio de ese proceso de reorganización de los ritmos de vida, de los roles de cada miembro de la familia y de las famosas “visitas”, aparecen los cuestionamientos y las culpas. Quizá para los adultos está claro que los chicos no son culpables de la ruptura de una pareja. Las crisis de un matrimonio pueden tener muchos detonantes, pero nadie podría suponer que son los pequeños la causa de los problemas de los mayores. Sin embargo, no debemos subestimar la posibilidad de que cuestionamientos como “¿yo tendré la culpa?” o “¿puedo hacer algo para que tu mamá y papá vuelvan a estar juntos?”, surjan en el inconsciente de nuestros hijos.
Aún viviendo bajo el mismo techo, transitando juntos un mismo proceso familiar, hay situaciones que es necesario aclarar, poner en palabras. Cuando estamos en plena crisis, sostener y profundizar aún más la comunicación y el amor son clave. Hay rituales que, quizá con la vorágine de esos momentos complicados, quedan en el olvido, como una merienda con los chicos, una salida o una simple charla antes de dormir, y que son fundamentales.
Es necesario, también, practicar un ejercicio muy simple: mirarlos a los ojos. Son muchas las cosas que podemos averiguar y redescubrir de nuestros hijos si hacemos una pausa, suspendemos todo lo que nos rodea y simplemente los miramos. Observarlos acorta esa distancia que a veces existe aunque vivamos juntos: es un gran paso para no callar ni guardar angustias y para liberarlos de todo aquello que estaba empañando sus corazones.
El Lic. Patricio Furman, Psicoanalista de la Fundación Buenos Aires, explica que, aún más que las palabras que utilicemos, debemos observar las contradicciones que se dan en la vida cotidiana, con nuestras actitudes y con aquello que nos decimos. “Lo importante de la comunicación es el lugar que se les otorga a los hijos”, explica Furman. Ese lugar a veces es difícil porque los padres están viviendo una profunda contradicción: el desafío de matizar y elaborar el hecho de que su hijo, aquella persona por la que tanto amor sienten, es simultáneamente tan suyo como de la otra persona, por la que experimenta pasiones displacenteras. “Esta incompatibilidad se plantea a veces de la siguiente forma: ´¿Está conmigo o está con el otro?´, ´¿cómo puede estar bien con ambos?´ ”, ejemplifica Furman.
Sin tener verdadera responsabilidad, queda involucrado en el conflicto. A veces, sin darnos cuenta, podemos dar un doble discurso: uno con nuestras palabras, otro con nuestras actitudes. De allí que resulte más fácil de lo que parece confundirnos y dirigirnos a nuestros hijos como si estuviéramos hablando a nuestra ex pareja. Prestemos atención, entonces, a esas actitudes que, de manera consciente o inconsciente, pueden llegar a aparecer, involucrando negativamente las emociones de los chicos.
Mamá y papá por siempre. Suena obvio, pero es importante decirlo: ¡al separarnos de nuestra pareja, no nos separamos de nuestros hijos! Seguimos siendo el eje central de su formación y de su protección, seguimos estando a cargo de sus necesidades materiales y afectivas, somos los protagonistas de sus vidas.
En el libro Los hijos del divorcio, Julio Trucco aborda este tema desde su propia visión de padre que, al divorciarse, sólo puede a sus hijos en los “días de visita”, y expresa un pensamiento muy contundente acerca de la beneficioso que sería que, aunque se disolviera la sociedad conyugal, continuara la sociedad parental. Es decir: encontrar la manera de que los niños sigan contando con ambos padres a la hora de resolver cuestiones como permisos para salir, reuniones en la escuela, consultas al médico, etc.
Lo ideal sería que la pareja siguiera teniendo un diálogo fluido como para decidir juntos los temas de sus hijos. Pero, en general y lamentablemente, sabemos que en la práctica esto se puede convertir en algo difícil de lograr.
Quizá, la solución se pueda encontrar en una cuestión de actitud: seguir manteniendo una conducta atenta, saber cómo van las cosas en el colegio o qué lugares está frecuentando. No hay que tener miedo de preguntar y de cuestionar. Aunque ya no convivan los siete días de la semana, siguen siendo padres y no amigos ni encargados de “entretenerlos”. El respeto y la autoridad son la clave para seguir siendo sus referentes. Los chicos necesitan saber que sus padres continúan tomando decisiones para sus vidas.
Tampoco hay que caer en la tentación de desautorizar a la otra parte con una orden, un castigo o una decisión impuesta a los pequeños. Nuestra inseguridad, plasmada en intentar complacer a los niños levantando esa orden, genera confusión y angustia. En esos casos, una vez más, pongámonos en el lugar de nuestros hijos. No les asignemos el lugar de “intermediarios”.
Es difícil y movilizante, pero de ninguna manera imposible. Son situaciones que marcan un antes y un después en nuestra vida, y mucho más en la de los chicos. Por eso y más que nunca, escucharlos, estar atentos a cómo viven la separación, dejándoles bien en claro que siempre estaremos cuando nos necesiten, es el mejor mensaje que podemos compartir para que logren elaborar el proceso de la mejor manera posible.