Es la mejor válvula de escape para cualquier emoción. Las lágrimas pueden enfermar tanto el cuerpo como el alma
La risa y el llanto tienen muchas cosas en común, entre ellas, y la más obvia, es que son contagiosos. La risa genera endorfinas, pequeñas proteínas popularmente llamadas de “la felicidad”. Las endorfinas actúan como neurotransmisores aumentando los niveles de células T, refuerzan el sistema inmunológico del organismo.
Algo similar ocurre con el llanto. Llorar nos hace liberar adrenalina, una hormona que segregamos en situaciones de estrés, y noradrenalina, que actúa como neurotransmisor y tiene un efecto contrario al de la adrenalina. Cuando lloramos, eliminamos estas hormonas, lo que produce una sensación de desahogo y tranquilidad. Un ejemplo de esto es que, después de derramar algunas lágrimas, tanto niños como adultos se quedan dormidos.
La mejor válvula de escape
También es la mejor válvula de escape para cualquier emoción intensa y que nos sobrepasa en un momento dado. Cuando rompemos a llorar, las emociones se liberan como si las hubiéramos tenido atrapadas en una olla a presión.
El llanto es parte del aprendizaje y del desarrollo humano, pero conforme nos hacemos adultos prescindimos de las muy saludables lágrimas como “cosa de niños”, nos las permitimos en muy pocas ocasiones, y sólo cuando nos es imposible tragárnoslas.
El estrés, la tristeza, el dolor síquico y físico, la alegría, los nervios, la angustia, la emoción, etcétera, etcétera, son sentimientos que podemos traducir en lágrimas. Cuando lo hacemos nos sentimos mucho mejor, pero si ahogamos el llanto sólo logramos aumentar la presión y el desequilibrio interior.
Las lágrimas que no derramamos pueden enfermar el cuerpo y el alma, por eso hay que aprender a llorar de nuevo, algo muy difícil en sociedades en las que hacerlo es algo que se hace muy pocas veces y preferentemente en privado.
Ojos brillantes
Igualmente es cierto que las lágrimas ayudan a limpiar los ojos y evitan que se sequen. Hay dos clases de lágrimas, las reflexivas o irritantes, que son las que nos provocan algunos alimentos y sustancias demasiado fuertes como el polvo, la cebolla, etcétera. Y las que brotan del alma y obedecen a estados de ánimo y sentimientos.
Lo interesante es que unas y otras no tienen la misma composición química. Las lágrimas que tienen un origen emocional contienen gran proporción de un mineral, manganeso, y de la hormona prolactina, cuyos niveles están relacionados con el estado de ánimo del ser humano, el único miembro del reino animal que expresa con risa y llanto sus sentimientos.
Las lágrimas de tipo emocional son muy difíciles de controlar, y aunque no lleguemos a derramarlas, tener los ojos brillantes es algo que nos ocurre prácticamente a todos en determinadas ocasiones.
En el extremo opuesto de expresar raramente con lágrimas nuestras emociones está el hecho de llorar a menudo. Cuando esto ocurre es síntoma de un estado de tristeza y angustia que puede requerir ayuda médica. Incluso los duelos tienen un periodo de recuperación más o menos largo y se llegan a superar, en ocasiones con el apoyo de fármacos y de otras personas.
El llanto como cultura
En algunas sociedades existen las plañideras, cuyo oficio es llorar las penas ajenas y ayudar a provocar una catarsis de dolor que permita expresar la angustia y la tristeza. En otras, derramar lágrimas de forma colectiva es algo socialmente establecido en momentos de crisis y desgracia.
Según Homero, los héroes de la antigua Grecia vertían con frecuencia abundantes lágrimas. En la Europa de la Edad Media, las crónicas cuentan que aguerridos caudillos y hombres de guerra lloraban sin reparo alguno y se lamentaban a grandes gritos.
La costumbre de llorar en público en las sociedades occidentales, en especial en el caso de los hombres, es algo que no se da a menudo y, cuando ocurre, suele ser un llanto silencioso, casi furtivo.
“Llorar no es de hombres” dicen las madres a sus hijos pequeños, pero el llanto de los niños, sean del género que sean, es parte integral de su desarrollo. Es una forma de atraer atención a sus necesidades básicas, como la comida, el frío o el sueño, y de expresar sus emociones.
Los niños a los que no se permite llorar acumulan estrés y ponen en peligro su salud. Recuperar el llanto cuando se es adulto es bueno, porque llorar no nos hace más débiles, sino mucho más fuertes. Además, después de una buena lloriqueada se ríe más y mejor.