Las personas conflictivas, demandantes y carentes de empatía, construyen entornos tóxicos en los que la negatividad se contagia y a instantes, incluso nos enferma. Es una realidad que apreciamos de inmediato en muchos escenarios familiares y de trabajo, ahí donde el aire parece viciado, donde el estrés es físico, el miedo palpable y la infelicidad un virus implacable.
Los expertos en clima laboral suele diferenciar en toda organización aquello que se conoce como «entorno tóxico versus entorno nutritivo». Por curioso que parezca, es algo que puede identificarse casi al instante. Queda claro que existen variables estandarizadas que tienen como finalidad hacer esta medición de forma objetiva y rigurosa, sin embargo, en ocasiones basta con pasearse por una empresa para aspirar la tensión, la incomodidad estructural y esa presión que marca el rostro de los empleados y de los diferentes departamentos.
Lo mismo ocurre a nivel familiar. El tipo de lenguaje utilizado, el tono e incluso la actitud de cada uno de sus protagonistas, destila esa complejidad emocional que se impregna en el ambiente y en toda dinámica. Los entornos tóxicos existen y trascienden a sus propios inquilinos hasta el punto de atrapar a terceras personas, porque el clima de un escenario se conforma de sentimientos adversos, de incertidumbres, de un idioma agresivo y de un estrés sistémico del que es muy difícil defenderse.
A continuación, te proponemos profundizar en este tema.
El imperio de la infelicidad en los entornos tóxicos
Sabemos que el término «personas tóxicas» está de moda. Sin embargo, hemos de tener cuidado con su utilización porque a menudo caemos en el abuso. En ocasiones, tras esta etiqueta puede existir en realidad alguien que atraviesa una depresión, un trastorno de ansiedad o cualquier problema clínico. Seamos cautos, prudentes y sensibles con el tema.
Por otro lado, algo que sin duda queda muy patente es el clima que se crea alrededor de esas otras personalidades caracterizadas por la conflictividad, el abuso y la completa falta de empatía o de cercanía hacia quienes conforman su entorno más cercano.
Hace unos años la revista económica Fortune, acostumbrada a establecer ránkings, hizo un listado de las mejores empresas del mundo donde trabajar. Para hacer esa valoración no se usaron como variables ni el salario ni los beneficios de dichas empresas. Se valoró el nivel de satisfacción de los empleados. Curiosamente, algo de lo que se dieron cuenta en este estudio es que gran parte de las organizaciones laborales tienen en el ADN de su estructura el virus de la toxicidad, y además, es algo sistémico y crónico.
En ocasiones, no es suficiente con sustituir a los directivos. La propia estructura y la política de determinadas empresas ha cronificado un entorno basado en el control, en la consecución de objetivos por encima del bienestar de los trabajadores y en esa cultura de «la cabeza baja» donde es mejor callar y asumir con tal de mantener el puesto de trabajo.
Poco a poco, el imperio de la infelicidad, del miedo y la incertidumbre crece en las mentes de todo el capital humano de estos entornos tóxicos, cercenando una productividad auténtica, la innovación, la creatividad y, por encima de todo, la salud.
La necesidad de construir entornos «nutritivos»
A lo largo de nuestra vida nos encontraremos perfiles conflictivos en cualquier ecosistema. Sin embargo, algo que tenemos claro es que no siempre podremos poner distancia, no siempre es tan fácil romper el vínculo y alejarnos al menos dos ciudades, un saludable silencio y la seguridad de no ver más a dicha persona. Hay veces en que ese núcleo conflictivo está en el propio hogar o en nuestro trabajo, esos entornos tóxicos que no podemos dejar.
Hace unos años, y como curiosidad, emergió en el mercado laboral la figura del «director de la felicidad o coaching del bienestar«. Se trataría de una persona formada y experta en el tema que tendría como objetivo crear un entorno de confianza y de adecuada comunicación, donde sus empleados se sintieran verdaderamente felices y valorados. Aunque algo tan básico garantizaría sin duda la productividad de la propia organización, es un aspecto que no suele verse demasiado. Al menos de momento.
Intentemos cambiar políticas, mentalidades y perspectivas. De hecho, no hablamos solo de mejorar los entornos laborales, hablamos también de la necesidad de implementar nuevas dinámicas en los colegios e institutos: el primer escenario donde se forman las generaciones futuras. Los entornos nutritivos se identifican por tener un sentido de permanencia, donde se defiende el respeto y la dignidad personal, donde se favorece la creatividad, el crecimiento personal y una empatía auténtica, cercana y palpable.
Seamos entonces artífices de escenarios más humanos, empezando sin duda por aquellos que tenemos más cerca, aquellos donde nos desenvolvemos día a día. Es una labor que sin duda merece la pena.
Por: Psicóloga Valeria Sabater