Todos la hemos tenido alguna vez. Esa sensación de empezar un proyecto y ver cómo en el rostro y en las palabras de los que nos rodean aparecen los miedos. Cierta inseguridad que se traduce en un análisis pormenorizado de los peligros y las amenazas que nos podemos encontrar en el futuro si finalmente nos decantamos por seguir lo que marca esa brújula. Temen por nosotros.
Así, en estas ocasiones nosotros también tememos lo que nos pueda suceder o el acopio de energía que vamos a tener que hacer para superar ciertos obstáculos. Sin embargo, tenemos la sensación de no poder expresar estos miedos, porque de hacerlo tememos incrementar los temores de los que nos rodean, y de paso alimentar los propios, al hacer este ejercicio de sinceridad. De manera que preferirnos cubrirnos de una falsa seguridad, sintiendo en el fondo tristeza por no notar un mayor apoyo, y también por no poder hablar con libertad.
Miedos silenciados
Ana ha decidido estudiar Bellas Artes. Hay otras carreras a las que mira con interés, pero realmente esa es la que siempre ha querido cursar. Ya de pequeñita pintaba paredes y cuando se hizo mayor, en las clases aburridas, ha ido coleccionando al menos un retrato de cada uno de sus profesores, el de alguno de sus compañeros y el de sus pensamientos más importantes.
El hijo de unos amigos de la familia terminó la carrera hace dos años y desde entonces ha ido cambiando constantemente de trabajo, sin encontrar nada estable. Sus padres temen que ese sea su futuro y por eso, cada vez que sale el tema, sus miedos afloran. Lo han intentado evitar, porque saben que sacar este tema hace que aumente exponencialmente la probabilidad de que un diálogo inocente termine en una discusión.
La parte de juventud que ha conseguido sobrevivir a los reveses de la vida les invita a animar a su hija. Sin embargo, la experiencia les dice que es muy importante contar con recursos y una cierta estabilidad. Una base sobre la que construir el resto de proyectos y ven muy complicado que Ana pueda hacerse con esos pilares intentando habitar su particular castillo de arena.
Dudas sin palabras
Ana es consciente de lo complicado de su decisión. Mira al futuro con más esperanza, pero también tiene miedo. Sus trabajos, siempre que los ha enseñado, han recibido buenas críticas. Sin embargo, también es consciente de que estas críticas nacen de personas que la aprecian o la quieren. Tiene miedo a lo que un público “neutral” y no deseoso de complacerla pueda pensar de sus habilidades.
Por otro lado, también conoce a varias personas que después de terminar con la carrera, siendo muy buenas, no ha podido dedicarse a eso que les hubiera gustado. También siente que de alguna manera tiene una deuda con sus padres, ya que en sus años primeros años de adolescencia apagaron varios fuegos que ella encendió. Errores de juventud, que de alguna manera ahora le pesan. No quiere ahora sumar otro más. Así, muchas veces de que duda de que su deseo en realidad no sea una locura, un castillo a posar en un presente que quema.
Una cuestión de equilibrio
Este escenario en el que Ana se tiene que desenvolver lo podemos trasladar a muchas otras personas, incluso a nosotros en algún momento, con nuestras circunstancias particulares. Y es que cuando los demás están llenos de temores y los expresan, es muy complicado que nosotros lo hagamos con los nuestros. De alguna manera, sentimos que alguien tiene que compensar esa situación de desequilibrio y entonces defendemos a capa y espada las bondades de lo que queremos, por mucho que por dentro tengamos dudas y hayamos deshojado más de una margarita.
De alguna manera, sentimos que alguien tiene que compensar esa situación de desequilibrio y entonces defendemos a capa y espada las bondades de lo que queremos, por mucho que por dentro tengamos dudas y hayamos deshojado más de una margarita.
Distinta es la situación en la que nuestro entorno no se posiciona de manera firme en el lado conservador de la decisión. Entonces es más fácil que nosotros compartamos lo que realmente sentimos, la parte de ilusión, pero también de miedo e indecisión. Por eso es tan importante empatizar si queremos ayudar realmente a alguien a tomar una decisión compleja.
Es vital no escribir solamente en el lado de la pizarra de los contras, porque desde la posición de la persona que tiene que tomar la decisión sí que existe un cierto equilibrio. Así, si lo rompemos de manera radical, no habremos salido de nuestro lugar, para ponernos en el de la otra persona, y esta se sentirá inclinada a rellenar la parte de la pizarra que nosotros hemos dejado vacía, o al menos a aparentar que lo hace.
Por eso es tan positivo tener un espacio para expresar y dejar que los demás expresen sus miedos. Porque de esta manera propiciaremos un diálogo sincero, una reflexión abierta y honesta y no un “pequeño intento de manipulación” para que, ignorando un lado de la pizarra, la decisión se decante hacia un lado o hacia otro.
Por: Sergio De Dios González