Hay muchos que buscan la perfección en la relación de pareja. Se trata de una postura idealista, que implica un importante grado de intolerancia y falta de recursos emocionales para tramitar la diferencia, la contradicción y el conflicto.
Un ideal compartido por muchas personas es el de alcanzar la perfección en la relación de pareja. También es cierto que esa es precisamente la fuente de muchas frustraciones en el plano afectivo. Es obvio: un ideal es eso, un ideal. Es decir, algo que solo se alcanza en el mundo de las ideas y no en la vida real.
Hablar de perfección en la relación de pareja o en cualquier otro ámbito de la vida implica desconocer lo humano de las relaciones y de nosotros mismos. El ser humano es contradicción, dificultad, conflicto. No podría ser de otra manera, pues no estamos programados para actuar como máquinas. De hecho, ni siquiera estas son perfectas.
Lamentablemente, el amor romántico pasa por una fase cultural en la que se le idealiza o se le despoja de todo sentido. En un extremo están los que anhelan la perfección en la relación de pareja. En el otro, los que piensan que el amor es un invento ridículo y se comportan de acuerdo a esa perspectiva cínica.
El ideal de perfección en la relación de pareja
El deseo de perfección nace de una angustia no admitida. Es la angustia que nace cuando se quiere tener las cosas bajo control. También la que surge cuando no podemos reducir a los demás a nuestros propios términos o cuando pensamos que “lo otro” es una dificultad, un escollo inútil.
En últimas, esos perfeccionismos nacen de la intolerancia a la incertidumbre y a la contradicción. Lo complicado es que los seres humanos somos precisamente eso: infinitamente erráticos y contradictorios. Nunca nos ajustamos del todo ni terminamos de actuar de una forma absolutamente coherente.
El ideal de perfección en la relación de pareja ha dado forma a una fantasíareveladora: crear la pareja ideal. Parece cosa de tontos, pero, efectivamente, ese deseo tiene lugar en nuestra cultura. Y ya hay esfuerzos para hacerlo realidad. En un futuro no muy lejano, cualquiera va a poder “encargar” la pareja de sus sueños en un taller de informática.
¿Niños eternos?
Solemos encontrar personas profundamente egocéntricas en quienes buscan la perfección en el amor y, por lo mismo, muy frágiles a la hora de gestionar el conflicto. En últimas son como niños grandes que quieren que la realidad se pliegue a sus deseos. Por eso llaman “perfecto” a aquello que coincide con sus expectativas e “imperfecto” a lo que no.
El niño, por su escasa maduración, no logra comprender del todo que hay todo un mundo más allá de sí mismo. Que existe la alteridad, es decir, “lo otro”, “lo diferente” y que ello es tan respetable como lo propio. Jean Piaget, en sus estudios sobre el desarrollo moral, planteaba que la maduración intelectual y emocional se completaba precisamente cuando se comprendía esto.
Ese descubrimiento de que ni somos perfectos ni los demás tienen por qué serlo, implica la renuncia al ideal de completud o de felicidad eterna con el que terminan los cuentos de hadas. Nunca se vive feliz para siempre y esto en realidad es sano. Es a través de las dificultades y las contradicciones que evolucionamos y crecemos.
La perfección y la frustración
La perfección en la relación de pareja supondría encontrar a alguien que tenga todos los atributos necesarios para que no generara contradicciones, ni frustraciones y, básicamente, no hiciera más que prodigarnos felicidad. Al respecto, hay una historia que describe bien esta situación.
Se cuenta que un hombre se fue a un largo viaje en busca de la pareja perfecta y al cabo de unos años volvió solo. Sus amigos le preguntaron qué había sucedido. El hombre les contestó que en un lejano país había encontrado a una mujer casi perfecta: era bella y espiritual, pero no se movía muy bien en el mundo de lo terrenal, así que la descartó.
En otro sitio encontró a una mujer espiritual y a la vez muy diestra en lo mundano, pero no era bella, así que la desechó. Finalmente se encontró con una que parecía tener todos los atributos juntos, la mujer perfecta. “¿Y por qué no te casaste?”, le preguntaron. “Ella también estaba obsesionada con encontrar el hombre perfecto”, dijo.
Empeñarnos en el mundo de los ideales solo nos conduce a la frustración. El amor de pareja, como cualquier otra forma de amor, se vuelve una realidad maravillosa, precisamente cuando amamos y nos aman a pesar de las imperfecciones. En ello está la magia.
Por: Edith Sánchez