Cuando la familia afecta a la relación de pareja, los cimientos se tambalean y el escenario se complica. Es entonces cuando aprendemos a lidiar con situaciones para las que, tal vez, no estábamos preparados. De este modo, empecemos por hacer una reflexión: en el momento en el que elegimos con quien compartir nuestra vida, de alguna manera también elegimos a su familia.
El tema no es nuevo, lo sabemos. Sin embargo, en medio de este tipo de situaciones orquestadas por las dinámicas interfamiliares, los conflictos, choques y discrepancias siguen siendo (por término medio) bastante recurrentes. Es más, tal y como nos revelan varios estudios, como el publicado en la revista PsychologyToday, tres de cada cuatro parejas experimentan problemas significativos con sus suegros, y un 60% de las mujeres suelen experimentar discrepancias con las madres de sus parejas.
De algún modo, esto nos hace recordar a aquella maravillosa película de Stanley Kramer “Adivina quién viene a cenar esta noche”. En ella, los padres de la joven -que acababa de comprometerse con un hombre de color- realizan un razonamiento que resumiría la esencia de estas situaciones conflictivas. Uno cree haber educado a la perfección a sus hijos; les inculca unos valores y unas directrices, pero al final estos eligen parejas afectivas que no siempre se ajustan a las expectativas familiares.
A menudo, los padres no definen a sus hijos como personas libres capaces de elegir sus propios caminos, metas o a las personas a quien amar. Los ven más bien como proyectos personales sobre los que proyectar una serie de ideales. Así, cuando estos inician una relación de pareja, suele asomar la sombra de la decepción, el sonido incómodo de que hay algo que falla y sobre todo, esa sombra alargada amenazando el proyecto familiar…
Cuando la familia afecta a la relación de pareja los cimientos pueden balancearse si no se habla sobre el tema.
Entre la espada y la pared: el rechazo de la pareja por parte de la familia
Familias las hay de muchos tipos. Es más, tal y como decía Oscar Wilde, nada es tan hermético y misterioso como ese hogar donde uno cubre las cortinas y nadie llega intuir lo que allí se orquesta, lo que allí se vive. Habrá padres, cómo no, caracterizados por ese principio de salubridad emocional donde entender que hay límites, donde saber facilitar y respetar al máximo la relación de sus hijos con sus parejas.
Ahora bien, en ocasiones ocurre todo lo contrario. El afecto de la familia se vuelve tóxico, controlador y hasta autoritario. Aun más, a veces, iniciamos una relación sin saber que en el lote nos llega la mochila de una familia donde habitan las rivalidades más envenenadas, las dinámicas más adversas. Porque, aunque siempre se hable de la clásica y antagónica relación con los suegros, se obvian los problemas heredados, esos con forma de rivalidad entre hermanos, esas donde pululan primos conflictivos, tíos y yernos, criticones, consuegros que en todo se meten…
Así, podemos hablar de una familia como un microcosmos cargado de múltiples significados y dinámicas. Podemos chocar con parientes mayores tratando de mantener su posición de autoridad o con madres habituadas a comportamientos pasivo-agresivos. Podemos tener roces con las ideas sobre cómo criar a un hijo, sobre ideas religiosas o políticas o lidiar de forma constante, con el convencimiento de que para esa familia no somos lo bastante buenos. Y cuando algo de esto surge y nos afecta, todo empieza a desestabilizarse. Cuando la familia afecta a la relación de pareja y se cruzan los límites de nuestra intimidad, tenemos que enfrentarnos al reto de reconducir la situación sin dañar.
Cuando la familia afecta a la relación de pareja: ¿qué puedo hacer?
Hay quien opta por decisiones extremas, por poner a la pareja entre la espada y la pared y obligarla a elegir. Hay quien crea bandos y con ello, obtiene auténticas tempestades. Otros, eligen el silencio y el dejar hacer, el dejarse llevar hasta ser el centro de todos los agravios, la marioneta que todo lo aguanta por amor a la pareja. Así, tarde o temprano todas estas situaciones acaban afectando a la propia relación hasta llegar a situaciones tan tristes como decepcionantes.
Aunque nos encantaría en muchos casos poder borrar o desactivar la presencia de esas familias conflictivas que a veces acompañan como un apéndice a nuestras parejas, cabe decir que hay mejores opciones.Veamos algunas estrategias sobre las que reflexionar:
- Mantendremos una comunicación constante con nuestra pareja. Es necesario expresarles cómo nos afecta determinadas palabras, actos o circunstancias. Evitaremos la crítica, se trata solo de evidenciar realidades sin caer en el desprecio o la ofensa.
- La situación de cada familia es particular. Partiendo de esta idea, es necesario diferenciar entre lo que es aceptable y lo que no, entre lo que es comprensible y lo que es abuso.
- Llegaremos a un acuerdo con nuestra pareja sobre dónde están nuestros límites. Sobre lo que aceptaremos y lo que no estaremos dispuestos a permitir. El consenso entre ambos debe ser muy alto, pero lo más importante es pautar pronto esos límites con la familia para que queden claros entre todas las partes.
- Asimismo, es necesario evidenciar siempre aquello que nos hace daño o lo que nos molesta ante esa suegra que nos critica, hacia ese hermano que no nos acepta o hacia ese padre que todo lo quiere saber y controlar. Practicaremos la asertividad para que entiendan el impacto de sus comportamientos, para que vean nuestros límites y comprendan que hay alternativas para mejorar la relación.
Para concluir, aunque en ocasiones la familia influya en la relación de pareja, no siempre lo hace para mal, de hecho muchas familias políticas hacen de lugar de reflexión en los momentos de crisis. Por el contrario, si la influencia es negativa, es importante alcanzar un acuerdo con la pareja sobre cómo actuar, ya que de esta forma conseguiremos que nos brinde su apoyo. Si lo hacemos así, lo más probable es que la pareja salga fortalecida del desafío y que el conflicto se resuelva.
Por: Valeria Sabater