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Cómo actuar ante la conducta desafiante y/o violenta en el aula

Partimos de la asunción del profesorado como la figura de autoridad y, a su vez, como persona experta y profesional de la educación. Por ello, las relaciones serán asimétricas; esperamos cierta capacidad para controlar la conducta del alumno o alumna por parte del profesorado a la vez que es necesaria una buena gestión del proceder propio como docente.

Trate de que estas conductas no tengan lugar: hemos de reconocer los momentos en los que el o la alumna está a punto de saltar. Seamos más cuidadosos. También deberemos ser justos, coherentes y sistemáticos en nuestra gestión del aula. Los y las adolescentes son muy sensibles a la injusticia. Si finalmente se produce una falta grave, hemos fracasado. Con ello no gana nadie, ni la clase ni quien la comete. Por supuesto, tampoco el o la docente que se encuentra ante una situación difícil y desagradable.

Si finalmente nos encontramos ante una conducta de falta de respeto y que reta a la autoridad:

  • No entre en su juego ni en argumentaciones: usted es la figura de autoridad, eso no es discutible, no debe tratar de quedar por encima, ni humillar, ni enzarzarse en discusiones.
  • Si es posible, retire la atención: retiremos el estímulo que supone nuestra atención y la del grupo. Hemos de marcar que la conducta es indeseable, pero lo podemos hacer privadamente o al finalizar la clase para romper el esquema que mantiene la conducta. Otra opción es el tiempo fuera (Time out).
  • No emplee comunicación agresiva: maneje su tono de voz, su posición, sus movimientos, etc. Especialmente en estos momentos de crisis. Trate de hablar suave, no demasiado cerca y nunca reteniendo o agarrando. Si usted no sube el tono, es más difícil que la otra persona lo haga. Puede ser contundente sin sonar agresivo/a.
  • No ofrezca confrontación o presione: estamos en el momento de desactivar, no de echar más leña al fuego. Controlemos nuestra conducta, por difícil que esto parezca, para evitar la escalada de confrontación.
  • Entienda la importancia de la activación momentánea: tanto para usted como para la o el alumno.Enfriarnos es fundamental para actuar con mesura. Si conseguimos controlar la conducta de quien desafía, hemos de guardar un tiempo de prudencia. Aún mantiene un arousal (nivel de alerta) alto, puede volver a saltar en cualquier momento. A su vez, tras un altercado, nosotros estamos también altamente activados y mostramos mayor probabilidad de emitir respuestas negativas. Tengamos esto en mente y cuidemos nuestra conducta con terceras personas.
  • No castigue en el momento: como decimos, es momento de conciliar. El castigo vendrá después.
  • Seleccione un castigo que sea parte de la solución y no agrave más el problema: no trate de humillar. Por definición un castigo es aquello que disminuye la probabilidad de repetir la conducta penada. Así pues, diseñe un castigo que no incluya refuerzos ocultos (recuerde la atención social), que no genere odio o aversión hacia nadie (podría facilitar que la conducta reapareciera) y que incluya resarcimiento a las víctimas si las hubiere, entendiendo que en ocasiones, la persona castigada es, a su vez, víctima.
  • Deje siempre una puerta abierta: no acorrale al emisor de la conducta. Dejemos siempre una oportunidad para solucionar las cosas, para resarcir el daño, para pedir perdón, en definitiva, para mejorar y no empeorar la situación.

Sabemos que estas situaciones son muy complicadas de gestionar. La única solución es la práctica diaria sumada a la reflexión profunda sobre nuestra acción. Cuando nos enfrentemos a una de estas situaciones, tratemos de hacerlo lo mejor posible y aprendamos de ellas, repitamos lo que funcionó y analicemos lo que no lo hizo.