Cosificar a las personas, creer que nos pertenecen, controlar sus actos, su vida, dominarlos, y absorberlos hasta asfixiarlos, es lo que se denomina una conducta posesiva.
En el ámbito afectivo, cuando uno ama intensamente (enamoramiento) nunca plantea límites a su amor. En multitud de ocasiones nos olvidamos de nosotros mismos, evitando apreciar en nuestra pareja actitudes y expresiones que pueden perjudicarnos, y sin poder remediarlo, consolidamos con el tiempo una relación basada en la dependencia.
La conducta posesiva siempre conlleva sufrimiento, querer y depender tienen que mantener un equilibrio permanente, para que la relación no se distorsione y finalmente confundamos “amar, con poseer”.
Si somos incapaces de prescindir de nuestra pareja por momentos, si durante las 24 horas del día está permanentemente en nuestro pensamiento y las 24 horas siguientes nos angustia la idea de perderla, si nuestra vida cotidiana sólo es agradable cuando contamos con su presencia, o sencillamente: cuando todo placer que nos ofrece la vida se reduce a ella. ENTONCES SOMOS DEPENDIENTES.
Cuando una persona se cree dueña de otra, incluido su comportamiento, se genera una situación de ansiedad y frustración. Se forman nudos psicológicos que no permiten que uno se integre en el otro de manera respetuosa, hasta que acabamos inmersos en una relación donde resulta imposible amar con independencia.
Una relación que implica libertad es una relación que aportará más beneficio y salud a nuestra vida. La sociedad actual no potencia las relaciones basadas en una conducta libre y sana, sino que solemos valorar más el “me muero sin ti” con celos, sufrimiento, y dolor, que el “me siento bien porque me gusta y me apetece que estemos juntos” sin miedo, sin esclavitud, sin coacción.