¿Recuerdas lo molesto que te sentías cuando te castigaban sin postre o lo mucho que te enfadaba que te obligaran a comerte ciertos alimentos sin rechistar?
¿Cuántas veces has visto en series o películas americanas a los actores engullendo pasteles de chocolate, devorando helados o comiendo patatas fritas mientras lloraban como magdalenas porque su pareja las había dejado o engañado?
¿Cuántas veces te has dirigido a la cocina y te has puesto a tragar lo primero que has encontrado aunque realmente no tenías hambre sino un día horrendo y la moral por los suelos, o los nervios trepando por las paredes?
¿Cuántas veces estando solo te has acercado hasta la heladera y te has puesto a “picotear” cualquier cosa para hacer tiempo y distraerte y no sentirte tan aburrido como instantes antes?
Todos estos son los llamados casos de hambre emocional. Usamos los alimentos como un método para calmar nuestras emociones, para pasar ese mal trago y sentirnos mejor. Para dar de comer a nuestra alma alimentamos a nuestro cuerpo, buscando afrontar así las emociones de nuestra vida diaria y tratando con este método de sentirnos mejor.
Sí, lo has adivinado. Nuestro estado de ánimo influye en lo que comemos. Sentirnos apenados, tristes, nerviosos, molestos, eufóricos, felices… nos lleva a alimentarnos de un modo u otro, a comer de una forma sana y equilibrada, o a no poder controlar el deseo irreprimible de comer y comer y comer.
En estados de nerviosismo o agotamiento producimos estrés lo que conlleva en muchos casos comer de forma compulsiva todo aquello que cae en nuestras manos para tratar de aliviar esta situación por la que estamos pasando.
Y al mismo tiempo, lo que comemos influye en nuestro estado de ánimo. Así cuando nuestra dieta se hace de una forma adecuada, basándose en aquellos alimentos que son mejores para nuestra salud nos sentimos mejor. Pero cuando nos damos atracones de comida basura o abusamos en exceso de un alimento que sabemos que no es bueno para nosotros, al final podemos llegar a sentirnos culpables por ello o de mal humor, incluso puede bajar nuestra autoestima de golpe. Esto se produce porque algunos alimentos procesados contienen aditivos que causan estrés y nos llevan a un estado de irritabilidad.
Tenemos asociado el comer dulces con la obtención de una sensación de placentero bienestar, con algo que nos aportará un momento agradable. Porque lo cierto es que los alimentos dulces inciden en nuestros niveles de serotonina. La serotonina es un neurotransmisor que se vincula a los estados de ánimo, pues actúa sobre zonas de nuestro cerebro relacionados con la obtención de un estado de tranquilidad y armonía. Es lo que se produce cuando comemos el dulce por excelencia, el chocolate, que estimulamos las áreas generadoras de placer que hay en nuestro cerebro.
Cuando comemos lo que nos gusta liberamos endorfinas, que aumentan nuestro ánimo y nos llevan a un estado de felicidad. Por ello tenemos asociado el hacer dieta con algo negativo y que no nos va a gustar. Es como si cambiásemos el chip y nos transformásemos en un ser con humor agrio durante esos días.